

Se acerca Semana Santa, y el postre más típico de esta época es la torrija. Por ello, le vamos a dedicar el blog de hoy.
Las torrijas consisten en rebanadas de pan duro (de dos o tres días) remojadas en leche y rebozadas en huevo. La receta tradicional menciona que la leche debe calentarse con azúcar y canela en un cazo y, antes de que llegue a hervir, debe retirarse del fuego y vertirse sobre las rebanadas de pan, dispuestas previamente en una fuente. Estas se dejan en remojo durante una media hora, tras lo cual se rebozan en harina y huevo para posteriormente freírse en abundante aceite caliente. Cuando están doradas, se sacan, se escurren de aceite y se dejan sobre una fuente, donde se espolvorean con azúcar y canela.
Las torrijas suelen servirse templadas o frías, y normalmente se acompañan con una copa de vino dulce. Esta característica nos lleva a pensar inmediatamente en la religión, ya que el pan simboliza el cuerpo y el vino, la sangre de Cristo.
Sin embargo, ¿sabías que las torrijas no nacieron ligadas a la religión? Allá por el siglo XV, se trataba de un dulce que se les daba a las parturientas tras dar a luz para aliviar el dolor y favorecer su recuperación.
Entonces, ¿cómo llegaron a asociarse con la Cuaresma y la Semana Santa? No se sabe a ciencia cierta, pero se cree que, al ser un alimento saciante y calórico que aportaba mucha energía, se introdujo en estas fechas para compensar los periodos de abstinencia de algunos alimentos.
Y aunque la torrija es un postre típicamente español, también se consume en otros países: en Portugal lo consumen como dulce navideño, en Francia se le conoce como “pain perdu” o “pan perdido”, y en Estados Unidos, irónicamente, la llaman “french toast” o “tostada francesa”, aunque la diferencia de esta última con su prima hermana la torrija es mínima.
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