

La soja no es una verdura, sino una legumbre. Proviene del Lejano Oriente, donde ha formado parte de la dieta de la población durante milenios. La soja es rica en ácidos grasos esenciales y con bajo contenido de grasas saturadas. Constituye una fuente de proteínas además de incluir vitaminas del grupo B, vitamina E, minerales como el hierro, el calcio y potasio entre otros, e isoflavonas que actúan como antioxidantes. Y eso son solo algunas de sus propiedades.
La soja se ha empleado tradicionalmente para elaborar alimentos como el aceite o la archiconocida leche de soja, tofu o los brotes de soja que vemos en nuestras ensaladas. También puede consumirse en la famosa sopa de miso. En general, su consumo se ha popularizado mucho en los países occidentales.
La soja contiene muchos beneficios para la salud. La fibra y las isoflavonas tienen propiedades que ayudan a disminuir el colesterol malo y los triglicéridos. Se ha comprobado que la sustitución de la proteína animal por la de la soja puede disminuir en un 20% la tasa de colesterol en sangre, por lo que es muy beneficiosa para la circulación, además de mejorar enfermedades como la diabetes o la obesidad.
De los derivados de la soja, el tofu es el que resulta mejor para los huesos ya que contiene grandes cantidades de calcio. La leche de soja también tiene muy buen aporte de calcio y es perfecta para aquellas personas con intolerancia a la lactosa. Tampoco hay que olvidar la importancia de este mineral durante toda la vida para frenar la osteoporosis.
Pese a todas sus propiedades, no se recomienda el consumo de soja a personas con problemas de tiroides, ya que la soja impide la fijación del yodo a esta glándula. En la dieta oriental, este hecho lo compensa la ingesta de abundantes algas, alimentos muy ricos en yodo.
Además, ¿sabías que en China, donde fue descubierta, la soja formaba parte de las cinco semillas sagradas creadas por los dioses? Las otras cuatro eran el arroz, el trigo, la cebada y el mijo.
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